
La esposa del señor Fernández volvió de Haití. Había ido sola. Con su marido habían decidido pasar un tiempo separados para arreglar luego, amistosamente, la separación definitiva; el divorcio.
Pero el viaje nada había cambiado. La situación era la misma de hace un mes atrás, o lo que es peor, se detestaban todavía un poco más que antes.
- Anda pensando en dividir todo en dos partes.- Reclamó firmemente la señora Fernández. –La mitad de tu dinero y de tus bienes.
- Es ridículo!! -. replicó con aspereza el señor Fernández.
-¿Ridículo, eh?!!!. Si lo quisiera, lo tendría todo. ¡¡No me provoques!!. Para que sepas..., en Haití..., he estudiado vudú.
-¿Y qué?.- interrumpió él.
- Que si yo no fuese una mujer honrada, morirías por paralización del corazón. ¡Entérate!!
El vudú..., no deja huellas...
-¡Tonterías!!.- exclamó con superioridad el señor Fernández.
- Pues bien..., permíteme hacer la prueba. Dame un trozo de uña o un cabello y verás.
-¡Patrañas!
- Te hago una proposición: Probamos.... Sino da resultado..., nos divorciamos y no pido nada. Si sale bien..., heredo..., y me voy más que agradecida.
- De acuerdo.- Dijo el buen señor Fernández mirándose las uñas.
- Y trae cera y un alfiler.- solicitó ella.
- Están demasiado cortas, te daré un cabello.- decidió el excelente y buen señor Fernández dirigiéndose al cuarto de baño.
Volvió con un cabello.
La señora Fernández había ablandado ya la cera. Hundió el cabello en ella, y luego la modeló groseramente en forma de ser humano.
- Lo lamentarás. –aseguró, mientras hundía la aguja en el pecho de la estatuilla.
El señor Fernández se sorprendió..., pero de manera agradable. No creía en el vudú, pero era prudente. Además..., siempre le había irritado que su mujer no limpiase nunca el cepillo del tocador, luego de peinarse.
FIN (?)
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